martes, 23 de febrero de 2016

Orfeo

                 Orfeo en un bosque, Henri-Jean Guillaume Martin (1895)

¿Para quién cantas tú, para quién canta
tu alma de luz, el lirio de tu cuello?
¿Para el fuego de Apolo o el cabello
en fuga huracanado de Atalanta?


Árboles, rocas, fieras, mueve, imanta,
bambolea y concentra tu destello
de oro, tu timbre que, si eriza el vello,
desde el orco hasta el cielo nos levanta.
 

Tu voz conduces, intervalas, bañas
en llanto. Se te rompe. Mas perdura
tu mano. Orfeo, que edifica y dice
 

—arrancando a la lira sus entrañas—
las sílabas de un nombre que inaugura,
crea toda la música: ¡Eurídice!


Gerardo Diego
(Cementerio civil, 1972) 

sábado, 20 de febrero de 2016

Quién cabalgara el caballo

                    Bahía de Nápoles, Amandus Adamson (1896)

¡Quién cabalgara el caballo
de espuma azul de la mar!
 

De un salto
¡quién cabalgara la mar!
 

¡Viento, arráncame la ropa!
¡ Tírala, viento, a la mar!
 

De un salto,
quiero cabalgar la mar.
 

¡Amárrame a tus cabellos,
crin de los vientos del mar!
 

De un salto,
quiero ganarme la mar

 Rafael Alberti
(Marinero en tierra, 1925)

martes, 16 de febrero de 2016

Preciosa y el aire

 La pequeña panderetera, François-Alfred Delobbe (1884)

    Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.
En los picos de la sierra
los carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses.
Y los gitanos del agua
levantan por distraerse,
glorietas de caracolas
y ramas de pino verde.

                      *
    Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento, que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira la niña tocando
una dulce gaita ausente.


    Niña, deja que levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.


    Preciosa tira el pandero
y corre sin detenerse.
El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente.


    Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantan las flautas de umbría
y el liso gong de la nieve.


    ¡Preciosa, corre, Preciosa,
que te coge el viento verde!
¡Preciosa, corre, Preciosa!
¡Míralo por dónde viene!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes.

                           *
    Preciosa, llena de miedo,
entra en la casa que tiene,
más arriba de los pinos,
el cónsul de los ingleses.


    Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.


    El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.


    Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento, furioso, muerde.


Federico García Lorca
(Romancero gitano, 1928)

miércoles, 10 de febrero de 2016

No sé si el mar es, hoy

            Playa con sol poniente, Jaime Morera y Galicia (1854-1927)

    No sé si el mar es, hoy
–adornado su azul de innumerables
espumas–,
mi corazón; si mi corazón, hoy
–adornada su grana de incontables
espumas–,
es el mar.
                 Entran, salen
uno de otro, plenos e infinitos,
como dos todos únicos.
A veces, me ahoga el mar el corazón,
hasta los cielos mismos.
Mi corazón ahoga el mar, a veces,
hasta los mismos cielos.

Juan Ramón Jiménez 
(Diario de un poeta recién casado, 1916)

sábado, 6 de febrero de 2016

Allá, en las tierras altas

                          Logoyschina, Alexei Kuzmich (1992)

    Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños...

    ¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.

    Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.


Antonio Machado
(Campos de Castilla, 1912-1917)

jueves, 4 de febrero de 2016

Fue una clara tarde, triste y soñolienta

             Jardines del Generalife, Santiago Rusiñol (1909)

    Fue una clara tarde, triste y soñolienta
tarde de verano. La hiedra asomaba
al muro del parque, negra y polvorienta...

                        La fuente sonaba.
    Rechinó en la vieja cancela mi llave;
con agrio ruïdo abriose la puerta
de hierro mohoso y, al cerrarse, grave
golpeó el silencio de la tarde muerta.

    En el solitario parque, la sonora
copla borbollante del agua cantora
me guió a la fuente. La fuente vertía
sobre el blanco mármol su monotonía.

    La fuente cantaba: ¿Te recuerda, hermano,
un sueño lejano mi canto presente?
Fue una tarde lenta del lento verano.

    Respondí a la fuente:
No recuerdo, hermana,
mas sé que tu copla presente es lejana.

    Fue esta misma tarde: mi cristal vertía
como hoy sobre el mármol su monotonía.
¿Recuerdas, hermano?... Los mirtos talares,
que ves, sombreaban los claros cantares
que escuchas. Del rubio color de la llama,
el fruto maduro pendía en la rama,
lo mismo que ahora. ¿Recuerdas, hermano?...
Fue esta misma lenta tarde de verano.

    —No sé qué me dice tu copla riente
de ensueños lejanos, hermana la fuente.

    Yo sé que tu claro cristal de alegría
ya supo del árbol la fruta bermeja;
yo sé que es lejana la amargura mía
que sueña en la tarde de verano vieja.

    Yo sé que tus bellos espejos cantores
copiaron antiguos delirios de amores:
mas cuéntame, fuente de lengua encantada,
cuéntame mi alegre leyenda olvidada.

    —Yo no sé leyendas de antigua alegría,
sino historias viejas de melancolía.

    Fue una clara tarde del lento verano...
Tú venías solo con tu pena, hermano;
tus labios besaron mi linfa serena,
y en la clara tarde dijeron tu pena.

    Dijeron tu pena tus labios que ardían;
la sed que ahora tienen, entonces tenían.

    —Adiós para siempre la fuente sonora,
del parque dormido eterna cantora.
Adiós para siempre; tu monotonía,
fuente, es más amarga que la pena mía.

    Rechinó en la vieja cancela mi llave;
con agrio ruïdo abriose la puerta
de hierro mohoso y, al cerrarse, grave
sonó en el silencio de la tarde muerta.


Antonio Machado
(Soledades, galerías y otros poemas, 1907)

lunes, 1 de febrero de 2016

Ocaso

          Atardecer sobre la costa de Málaga, Guillermo Gómez Gil (1918)

    Era un suspiro lánguido y sonoro
la voz del mar aquella tarde... El día,
no queriendo morir, con garras de oro
de los acantilados se prendía.

    Pero su seno el mar alzó potente,
y el sol, al fin, como en soberbio lecho,
hundió en las olas la dorada frente,
en una brasa cárdena deshecho.

    Para mi pobre cuerpo dolorido,
para mi triste alma lacerada,
para mi yerto corazón herido,

    para mi amarga vida fatigada...,
¡el mar amado, el mar apetecido,
el mar, el mar, y no pensar en nada!... 

Manuel Machado
(Ars Moriendi, 1922)
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